Eso no me había preocupado demasiado, sino hasta que entré al tercer año de primaria, en donde uno de mis compañeros comenzó con el primer apodo de mi vida: me llamó "pelota". Esto me traumó, pues aún cuando había gente en mi mismo salón que estaba mucho más pasada de peso que yo, era la única a quien le decían apodos con respecto al peso.
A partir de ahi, mi vida se convirtió en un desfile de nuevos sobrenombres, de burlas y humillaciones. A mis compañeros (sobre todo los hombres) les encantaba ridiculizarme y hacerme sentir menos. Traté de no tomarle mucha atención, pero no podía evitar que me doliera. Sentía que era discriminada, rechazada y que nadie me apreciaba realmente.
Pero la primaria no fué la peor época para mi autoestima...
Cuando ingresé en la secundaria, podría decirse que fue la gota que colmó el vaso. Yo creí que las burlas quedarían atrás junto con los compañeros, pero (para mi desgracia) dos de ellos quedaron en mi mismo salón. Uno de ellos se la llevaba bien conmigo, pero otro era un maldito carrilla que le encantaba burlarse de mi, y aprovechaba cada oportunidad para hacerlo. Entonces las burlas y apodos resurgieron en la secundaria también.
A mediados de segundo año, mi mente comenzó a cambiar; en la televisión se veían a diario las imágenes de lo que se conocía como el estereotipo de la mujer perfecta (talla 5, medidas 90-60-90, cabello largo, hermosa sonrisa y cutiz perfecto), y las burlas de todos los que yo conocía en la secundaria... mi cerebro comenzó a alterar la imagen que tenía de mi misma. Comencé a verme como un enorme monstruo de mil toneladas, que a nadie provocaba otra cosa más que lástima, asco y miedo. Fue entonces cuando comencé a dejar de comer.
Al principio fué algo muy leve, cuestión de dejar de desayunar y de cenar, pero notaba que no pasaba nada: aún seguía estando inmensamente gorda y asquerosa...
Entonces dejé de probar alimento también a la hora de la comida. Si por alguna extraña razón tenía que comer junto a mi madre (que por lo general a esa hora aún estaba en el trabajo), en cuanto terminaba corría al baño para vomitarlo todo. No soportaba la idea de que esa comida, llena de grasa, y de alorías recorriera mi cuerpo para volverme aun más gorda de lo que ya estaba.
Era en verdad traumatizante, ya que mi madre comenzó a notar que estaba adelgazando, y en vez de preguntarme si algo me sucedía, me animaba diciéndome que me veía muy bien, y que debía de ir a comprar ropa nueva porque porfín se me estaba notando que quería verme mejor...
Para completar mi "dieta", me volví un poco adicta a las abdominales, por lo que mi cintura se afinó y mi vientre lucía bastante bien, así que yo misma me decía que iba por buen camino. En un dia, lo único que llegaba a comer era yogurt, una o dos barras energéticas y agua. Tomaba cantidades industriales de agua, y me sentía orgullosa de ello.
No se cuántos kilos bajé exactamente, pero en algún momento de principios de tercer año, me sentía bastante débil. Me atacaban migrañas espantosas por las noches, casi no podía concentrarme, y mi periodo se convirtió en una horrible situación irregular y fuera de mi control. Cuando quería venía, y cuando no, no.
Y un día me desmayé. Caí rodando por las escaleras de la secundaria, y me lastimé la cabeza. Afortunadamente, no fue nada grave (solo un leve chichón) pero mi maestra de Orientación Educativa (la psicóloga, pues) se alteró bastante y me obligó a contarle todo a cambio de que no se lo informara a mi madre en ese momento. Se lo platiqé todo, y ésta trató de hacerme entrar en razón, diciéndome que me estaba haciendo daño, que estaba mal lo que estaba haciendo, etc. Yo me negué a hacerle caso.
Pero ese mismo día, Israel (el más grande amigo que he tenido sobre la faz de la tierra, uno de los niños gay que comentaba) habló conmigo y me dijo cosas tan bellas, y tan significativas que me abrieron los ojos de golpe, y me hizo darme cuenta que realmente no importa cuántos kilos pese uno, eso no define lo bello que puedes llegar a ser...
Me costó mucho trabajo volver a aprender a comer. Tuve una que otra recaída, pero nada que Israel no me ayudara a controlar y erradicar. Incluso hoy, todavía no puedo comer rápidamente, pues me remonto a los días en que me atascaba de comida para después vomitar....
Israel me ayudaría si estuviera aún conmigo...
Pero después hablaré de Israel más a detalle.
Ésta soy yo actualmente, y siento que, aunque no soy una super modelo, puedo ofrecer al mundo mucho más que solo una mujer "socialmente hermosa".
Creen que al mundo le interese tenerme?
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