Visiones

Qué tanto puede contar un persona que ha vivido sobre la tierra por solamente treinta y tres años?? Muchos podrían suponer que muy poco, pero existimos algunas excepciones que rompemos esa regla. Hi. Im Marissa and this is me...

Nota

Daisypath - Personal picture

Muchas de las imágenes de este Blog fueron tomadas de internet y pertenecen a sus respectivos dueños, a excepción de mis fotos personales... No tengo intención de hacerme pasar por dueña de lo que no es mío, ni violar ninguna ley de copyright... Si desean que retire alguna imagen suya, háganmelo saber y lo haré con gusto... Disfruten mi Blog...
Marissa_Inmortal

jueves, 27 de noviembre de 2008

Otra, otra!!

Jijijiji, bueno, a petición del público, les dejo otras Historias de Fantasmas, que me dejaron un poco frikeada por momentos...

Ah! Pero antes, quiero agradecer la visita a mis grandes amigos: Yashiro (Bite Fight), Lágrimas de Osiris (Rose Of Dreams), Emerol (Agujero Negro), Adolfo (Dark Volta), Plas por supuesto, Omar (Hablé con tu mami, cielo, me dijo que no estabas... :( ...), mis primas Ady y Georgie, etc, etc....
COMENTEN, SAAAAABE!!!! ;)

Ahora si, les dejo las historias:

Las Cerillas

Cuando mi padre murió, encontré en uno de los cajones de su mesa de trabajo una caja de fósforos sin estrenar, aunque tenía cuarenta años o más. Me impresionó. Creo que el destino de los fósforos es arder como el de las estrellas apagarse. Aquellas cerillas, que habían escapado a su destino fatal, caían ahora en mis manos para crearme un dilema. Al principio supuse que sus cabezas estarían caducadas y que ya habrían perdido, en consecuencia, su oportunidad de arder. Pero luego pensé que quizá no, y que en tal caso yo era el instrumento del destino para que cumplieran su ciclo. Durante varios días jugué con la idea de encenderlas, pero siempre desistía por miedo, supongo, a que funcionaran, o quizá a que no funcionaran. Ninguna de las dos posibilidades resultaba tranquilizadora.

Anoche se fue la luz en casa. Estaba yo solo y no tenía con qué alumbrarme. Tras un rato de espera, me acordé de la caja de cerillas de mi padre y la busqué a tientas entre los objetos que llenan mi mesa de trabajo. Con el corazón en la garganta, saqué una y la froté sobre la lija. En seguida saltó una llamarada que tras estabilizarse empezó a alumbrar el espacio. Lo raro es que lo que se veía a su luz no era mi despacho, sino el de mi padre. Asombrado, mientras el rabo de la cerilla se consumía, vi cada uno de los rincones de aquella habitación en la que de pequeño tenía prohibida la entrada. Con el halo mortuorio característico del resplandor de los fósforos, observé la mesa sobre la que trabajaba mi padre, repleta, por cierto, de fetiches también, como la mía, y un trozo de la raída alfombra llena de quemaduras de las colillas de tabaco. Me pareció que al fondo de la habitación había una figura (¿mi madre?), que no llegué a distinguir bien porque la cerilla me quemó los dedos y hube de arrojarla al suelo, aunque no sabría decir sobre qué alfombra cayó, si sobre la de mi padre o la mía.

Cuando dudaba si encender o no la segunda, volvió el fluido eléctrico y decidí que no. Al poco, regresó mi mujer y me preguntó qué me había pasado.

-Parece que has visto un fantasma.

No le dije que lo había visto, en efecto, o que yo había sido el fantasma de una realidad alumbrada por las cerillas de mi padre. Llevo desde ayer intentando evocar la figura borrosa que se veía al fondo de la habitación. Era una mujer, desde luego, pero quizá no era mi madre. Es más: no lo era, pues la habría reconocido en seguida. ¿De quién se trataba, pues? Creo que no podré averiguarlo hasta que se vaya de nuevo la luz y pueda encender, con esa coartada moral, otra cerilla.



La visión


Se habían reunido para hacer espiritismo y habían adecuado la habitación para que todo fuera más lúgubre. Les quedó bien, iluminados tan sólo por las velas encendidas, los amigos se dispusieron a practicar la ouija y durante un rato se estuvieron divirtiendo. Alguien les contestaba, aquello estaba animado.

Entonces uno de los chicos comenzó a hacer cosas raras y todos dirigieron sus miradas hacia él. El francés que me contó la historia alzó su rostro y vió algo más... algo que los demás no pudieron ver.

Dos fuertes manos aprisionaban la garganta del chico y apretaban, apretaban. La víctima abría la boca y buscaba aire pero nadie supo cómo ayudarle, tenían mucho miedo.

El chico que observaba miró hacia arriba y vió al dueño de esas manos. Tras la víctima, estaba su propio padre muerto años atrás.

El fantasma del padre que asesinaba al hijo más allá de la realidad... en forma de espíritu estrangulaba un cuello que los otros chicos veían desnudo, sin esas manos apretando y apretando...

Al final ocurrió lo impensable. La víctima se soltó de las manos y corrió en dirección a la ventana para lanzarse al vacío. Los amigos actuaron rápido esta vez y consiguieron cogerlo de las piernas salvándole la vida.

No sé qué habrá sido de aquel joven.



Alguien observando

Lorena solía pasar muchas horas sentadas frente a un libro o una máquina de escribir o unos folios porque le gustaba leer y escribir. Se metía en su habitación y pasaba allí el tiempo tratando de hacer algo productivo por simple placer.

En ocasiones notaba como si alguien le observase desde atrás. La sensación era tan fuerte que no podía evitar volverse, y allí solía estar su padre, en el umbral de la puerta, observándola en silencio con una sonrisa en el rostro, posiblemente orgulloso de ver a su hija tan entregada a algo.
- ¿Cuánto hace que estás ahí? -Le preguntaba.
- Un ratito. -Contestaba él.
Y así sucedió en muchas ocasiones. Lorena se acostumbró a saber que cuando notaba esa mirada en la nuca, insistente, invisible, detrás estaría su padre mirándola con cariño. Era bonito vivir una sensación así.

Un día escuchó su nombre.
- ¿Qué? -preguntó al tiempo que giraba el rostro.
Se asombró de ver que no había nadie, y entonces se preguntó si había escuchado una voz de hombre o de mujer y no supo contestarse. No le dio más importancia y siguió con sus quehaceres.

Volvió a ocurrirle, y esta vez notó que la voz estaba "pegada" a su oído. Quien hubiera dicho "Lorena" lo tenía que haber dicho en un susurro firme justo en su oreja. Pero no había nadie, estaba completamente sola en la habitación. Tampoco esta vez hubiera sabido concretar si se trataba de una voz femenina o masculina pero lo que sí tenía claro era que lo había oído lo suficientemente fuerte como para arrancarla de sus pensamientos.

Su padre murió. Alguien le dijo que aquella casa estaba llena de espíritus que desde hacía mucho tiempo esperaban la llegada de su padre, y más tarde tendría oportunidad para comprobar si aquello era cierto o no... pero esta es otra historia, no quiero desviarme.

Lorena estaba una tarde en su habitación cuando notó a su padre en el umbral de la puerta. Se giró porque sabía que estaba ahí, como siempre, y la sonrisa desapareció de su rostro cuando recordó que su padre ya no estaba porque había muerto. Sintió un escalofrío porque sabía que aquella sensación había sido tan vívida y tan fuerte como cuando el hombre estaba vivo, y no supo qué pensar.

De nuevo y durante un tiempo, siguió escuchando a alguien llamarle al oído y también la mirada clavada en la nuca, pero de nuevo y durante todo ese tiempo que duró, allí ya no había nadie.



La Historia de la Niña y las Monedas de Oro

Esta historia es muy conocida en Córdoba, pues existe una antigua casa del centro de las ciudad que se dice está encantada y cuenta que en ella hace mucho tiempo vivía una familia acomodada que tenía una hija pequeña y varias criadas a su servicio.

Una noche mientras la niña dormía escuchó unos ruidos en el pasillo, abrió lentamente la puerta de su cuarto para mirar el pasillo que comunicaba los cuartos, enormemente largo y oscuro, lleno de cuadros y enlosado.

Al final del pasillo la niña vio lo que parecía un niño de su edad levantando una de las losetas y metiendo algo dentro de un hueco en el suelo. La niña no podía creerlo, lo que vió relucir en la mano del muchacho al pasar por la tenue luz que entraba por la ventana eran monedas de oro.

Cuando el niño se fue salió y se dirigió hacia allí; entonces apareció una de las criadas con una vela enorme que también había visto lo que había pasado y quería sacar partido.

Decidieron que no dirían nada a nadie, todas las noches se acercarían y con la ayuda de la luz de la vela levantarían la loseta y sacarían las monedas hasta acabarlas. Todas las noches la niña,que por su tamaño cabía dentro, se metía en el hueco bajo la loseta e iba dando monedas a la criada, quien las iba guardando en un enorme saco. Las noches pasaban y aquel tesoro parecía no acabarse nunca. Cada noche que pasaba la vela iba consumiéndose más y más, pero las monedas seguían saliendo a pares y no querían dejarse ninguna.

Una noche en medio de su labor la vela comenzó a parpadear haciendo amagos de apagarse, la criada le dijo a la niña que saliera del hueco, que ya tenían dinero de sobra. La niña le hizo caso y abandonó el escondrijo, pero en el último momento una moneda cayó del saco al hueco y, en un acto de avaricia y sin pensárselo siquiera, la muchacha se metió de nuevo en el hueco. La criada intentó agarrarla pero no pudo, mientras le gritaba que por favor saliera de allí y dejara la moneda, pero en medio de ese griterío la vela terminó de apagarse. En el momento justo en que el último rayo de luz salió de la vela la loseta se cerró ante los ojos de la criada dejando a la niña dentro.

La criada decidió no decir nada a nadie, los padres dieron a la niña por desaparecida y el tema se fue olvidando con el tiempo. Pero aún en la actualidad dentro de esa casa se siguen oyendo por las noches los gritos de auxilio de la niña que repiten noche tras noche en el pasillo "Por favor...socorro...sacadme de aquí...". Incluso la policía ha acudido multitud de veces ante la llamada de los vecinos que oían voces pidiendo ayuda, pero al llegar al viejo caserón lo único que siempre han encontrado es una vela vieja y consumida puesta justo en el centro de una loseta...




La niña que nunca se fué

Juguetes fuera de su lugar, risas inexplicables y presencias fantasmales inundaron la casa de una pequeña niña que había muerto, pero que al parecer jamás partió. Es la historia de Ana. Ella fue una niña que murió a finales de los sesentas a los siete años de edad, su deceso causó una gran pena para toda su familia, que en su memoria, dejó su recámara tal y como ella la tenía antes de fallecer.

La pequeña no pudo ganar su lucha contra la leucemia, y a su corta edad dejó este mundo, entonces no quisieron tocar nada de sus objetos, de esta forma, simulaban que ella seguía ahí, con sus juguetes fuera de sitio, su ropa acomodada como a ella le gustaba, por colores.

La colcha de su cama azul y rosa, quedó perfectamente restirada, y encima de ella sus muñecas más queridas. Su recámara siempre permaneció abierta, como a ella le gustaba. Sin embargo, aunque no se trataba de personas obsesionadas, pudo darse el caso de que la niña al ver que no la dejaban descansar en paz, decidiera volver con ellos.

Una tarde en que la familia regresó de un paseo al campo, uno de los dos hermanos de Ana dijo haber visto cómo se apagó la luz de aquella recámara, pero al instante volvió a apagarse, entonces comentó el suceso, pero nadie lo tomó en cuenta. Pero eso no sería todo, pues cuando la señora subía a su recámara vio de reojo una sombra, entonces buscó el motivo, pero sólo encontró dos muñecas tiradas en el piso, ella no comentó nada, pero le extrañó, pues la regla era que nadie moviera nada de la recámara de su hija. Las extrañas cosas

seguían sucediendo, contrariamente a la norma que hasta pocos días antes había prevalecido, pues las muñecas siguieron “moviéndose” de lugar. Días más tarde, cuando parecía que el asunto se olvidaba, ocurrió algo todavía más raro, Gerardo, el hermano menor fue al baño en la madrugada y al pasar por la recámara de Ana escuchó claramente su risa al interior

Allá se dirigió y encendió la luz pero no había nadie, además de que todo parecía en orden. Asustado corrió a su cuarto y al día siguiente platicó su aventura, pero nadie se aventuró a opinar. Una semana después el jefe de la familia salió de viaje por cuestiones de trabajo, cuando se instalaba en su hotel, abrió su maleta y entre sus cosas encontró uno de los muñecos de peluche de su niña que él mismo le había regalado.

Fue un momento muy emotivo, pues recordó a su pequeña y pensó que su esposa había metido el muñeco en su equipaje, entonces le telefoneó, pero la mujer negó que fuera capaz de romper las reglas y mover los juguetes.

Un día la madre de Ana recibió la visita de una amiga, quien tenía dos hijos pequeños, pero cuando estaban más entretenidas con su plática, les sorprendieron las carcajadas de los niños. “Es que hay una niña que nos hizo reír cuando jugábamos a las escondidillas, porque siempre nos encontraba muy rápido”, dijo el infante. Luego vino una descripción que las dejó heladas: “Ella traía un vestido rojo con una gorrita y tenis blancos”, dijo el otro.

Eso ya era demasiado, entonces la familia entera, llena de temor decidió consultar con un supuesto experto en cosas paranormales, quien les reveló algo que aumentó su miedo. Según les comentó el brujo, la niña sintió que aún la requerían en casa, por eso regresó, pero que sus intenciones no eran malignas, sino que al ver que su recámara estaba tal cual la conoció en vida, entonces decidió quedarse ahí indefinidamente.

Fue un momento de decisión muy difícil, pues la familia estaba asustada y no quería fantasmas en la casa, pero en el fondo sentían que la presencia de Ana no les incomodaba y podrían vivir con eso. La historia indica que jamás trataron de deshacerse del fantasma, por lo que los vecinos los tildaban de locos, y así pasaron muchos años. Hoy se sabe que de la casa no queda nada, pues un incendio acabó con ella y posiblemente con el fantasma.



El Hombre del Pasado

Este es el caso de un tal padre Litvinov, que poco antes de la medianoche de un día de 1933, abrió la puerta de la iglesia para dejar entrar a un joven que mostraba en su rostro una terrible expresión de horror.

Cuando el sacerdote hubo conseguido calmar la histeria del muchacho, oyó la más extraña de las historias.

El joven dijo llamarse "Dimitri Girshkov", y afirmó que aquel mismo día debía de haberse casado.

Camino de la iglesia, se detuvo en el cementerio para ver la tumba de un amigo de la niñez. Mientras se hallaba allí en muda contemplación, le sobresaltó ver la imagen de su amigo, muerto hacía más de un año. Lo siguiente que advirtió era que se había hecho de noche, y al regresar al poblado se asustó al comprobar que casi todo había cambiado en la pequeña población de Siberia.

En eso, Dimitri interrumpió su historia y salió corriendo de la iglesia, gritando angustiado que debía encontrar a sus familiares, a sus amigos, a su prometida.

El padre Litvinov divisó en aquellos instantes una luz extraña y una neblina grisácea. Luego, en una fracción de segundo, el joven tan raramente ataviado se desvaneció.

Sumamente intrigado por una experiencia tan misteriosa, el sacerdote revisó los antiguos archivos parroquiales, y en ellos descubrió que otros dos curas y un maestro de escuela ya habían visto al joven que surgía del pasado (o que entraba en el futuro, según como se mire), cosa que había efectuado esas otras veces en los dos últimos siglos. Al final descubrió el nombre de Dimitri Girshkov con la historia del joven que había visitado la tumba de un amigo el día de su casamiento, en 1748, y había desaparecido repentinamente... en las profundidades del misterio...



Un Último Juego

Me encontraba en mi casa viendo la televisión cuando oí una voz fuera de mi cuarto. Salí a ver quién era la persona que estaba allí, pero fue grande mi sorpresa al observar que no había nadie.

No le di mucha importancia, pensé que había sido mi imaginación y volví a entrar en mi cuarto. Después, cuando me acosté en la cama, volví a oír una voz. Esta vez salí muy molesto ya que pensé que era uno de mis amigos, pues esa tarde quedamos en vernos en mi casa. Pero nadie me contestaba cuando preguntaba quién era. El miedo empezó a apoderarse de mí y corrí para cerrar la puerta, ya que la aseguré con un candado. Me sentí un poco más tranquilo y volví a subir. Esta vez ya no escuche nada. Al poco rato llegaron mis amigos.

Ya estando ellos reunidos en la sala, dispuestos a pasarlo bien un rato, llegué y me reuní con ellos. En ese momento les pregunté que si alguno de ellos llegó más temprano de lo previsto y me estaban jugando una broma. Antes de darles oportunidad de contestarme les anticipe que en buena onda me habían asustado muchísimo, y que si era broma, había sido de muy mal gusto.

Ellos se miraron unos a otros y me contestaron uno por uno que no lo habían hecho y que ninguno se atreveráa a hacerlo ya que así no nos llevábamos, dicho esto, yo les creí, por que en efecto ninguno de nosotros sería tan desconsiderado para jugar una broma de esta magnitud, y menos llevando una amistad desde que teníamos la edad de ingresar al kinder. Así que consideré verdad su respuesta.

Después de un rato de jugar a las cartas y tomarnos unas copas, recordamos nuestros días en la primaria, cuando a diario iban a mi casa y nos poníamos a jugar al escondite, después un compañero hizo una propuesta que al principio se nos hizo un poco infantil, pero después la consideramos una muy buena idea, lo que propuso es que volviéramos a jugar a las escondidas en el patio de mi casa, como antes.

Todos nos dispusimos a jugar y así lo hicimos. Luego de un rato de jugar, me tocó el turno de contar a mí, y pues con todo y lo que me disgustaba hacer eso, acepté.

Empecé a contar y todos se escondieron. Inicié la búsqueda de mis compañeros y los fui localizando poco a poco y uno por uno. Después, cuando me faltaba sólo uno por encontrar, fui a la cocina ya que, de pequeño, ese era el lugar favorito del que faltaba. Entré a la cocina, busqué por todos lados y no lo encontré. Me desanimé y me dispuse a retirarme cuando en el vidrio de la ventana vi la silueta de alguien parado afuera, y con toda la confianza del mundo, grité: “un, dos, tres, por Julián”. Al gritar esto, Julián salió de arriba y gritó: “equivocación”, al oírlo fuera, yo sentí un miedo enorme y salí corriendo de la cocina. Ya un poco calmado, les comenté a mis compañeros lo que había visto y ellos se quedaron sin palabras al oír todo eso.

Decidimos suspender el juego y mejor pasar a la sala a seguir con la partida de cartas, pero un compañero no se quiso quedar con la duda y dijo que se iba a fijar quién era la persona que yo había visto. Nosotros decidimos quedarnos en la sala a esperarlo y ya pasado un buen rato, Daniel regresó corriendo y pálido. Al verlo tan alterado le preguntamos que había pasado y él, casi mudo, sólo dijo: “Martín esta afuera” (martín era un compañero que había fallecido un año antes de esta reunión). Nosotros le dijimos que eso era imposible porque martín estaba muerto. Él nos contestó: “ya lo sé, pero él está afuera”. Todos nos salimos a ver si lo que nos decía era cierto, y cuando llegamos al lugar donde lo había visto, sólo encontramos un anillo que yo le había regalado en uno de sus cumpleaños. Todos nos quedamos en silencio sin decir nada absolutamente. Sólo atinamos a meternos otra vez a mi casa, y ya adentro, Luis dijo: “después de todo Martín cumplió su promesa”. Y en efecto, él había prometido que antes de irse iría a jugar su último juego de escondidas con todos nosotros, como en los viejos tiempos, y después de todo, así lo hizo, aunque ya hubiera fallecido hace un año.


No hay comentarios.:

Mi Familia!

Mi Familia!